País
La casa está en orden
Hoy se cumple un mes de la obtención del campeonato del mundo y en todo el país los festejos continúan. Hace un mes, Gonzalo Montiel caminó, con la serenidad de los grandes, aquellos 40 metros que lo separaban del punto penal. Lo hizo mientras una buena parte de la humanidad lo contemplaba con mirada anhelante, […]
18 de enero de 2023 - 12:22 hs.
Hoy se cumple un mes de la obtención del campeonato del mundo y en todo el país los festejos continúan.
Hace un mes, Gonzalo Montiel caminó, con la serenidad de los grandes, aquellos 40 metros que lo separaban del punto penal. Lo hizo mientras una buena parte de la humanidad lo contemplaba con mirada anhelante, aún en estado de absoluta fascinación tras los 120 minutos más dramáticos de la historia del fútbol. Al llegar, acomodó el balón, tomó carrera, respiró hondo, remató cruzado y le dió la tercera estrella al escudo de la Selección Argentina, la copa del mundo volvió a casa.
El universo se siente diferente desde aquel día y aunque esto puede parecer una temeridad producto de la exaltación tras semejante torbellino de emociones, también es una percepción verdadera. Si una buena parte del género humano se apasionó con el penal de Montiel, no es imposible imaginar que algunas de esas vidas fueron tocadas en lo más profundo por el resultado del encuentro. Entonces, \”la final del mundo\” fue de verdad eso. La final del mundo conocido. Y el comienzo de uno nuevo.
¿Y cómo es ese mundo que hoy cumple un mes? Más luminoso. Más justo. Más ordenado. La mayor razón de esta realidad más armoniosa tiene nombre propio: Lionel Messi. Nunca en la historia del deporte hubo tanta necesidad de ver una imagen. Los futboleros de todo el planeta soñaron durante más de una década con la fotografía del diez argentino y en sus manos el trofeo más hermoso. Aquella ocasión fallida en Brasil 2014 aún dolía en las almas más sensibles. La mirada perdida detrás del objeto del deseo. El amor trunco. El presagio funesto de que ya no habría otra oportunidad.
Sin embargo, él sabía. Él lo había visto. Pero no con esa percepción borrosa de los sueños, sino con la nitidez que otorgan la confianza y la fé. Estaba seguro de que la vida le daría una nueva oportunidad. Entonces, a los 35 años, fue campeón del mundo, después de disputar un torneo extraordinario.
El brillante \”Loco\” Bielsa suele decir que el éxito es una excepción, que habitualmente nos desarrollamos, nos esforzamos, combatimos, pero muy de vez en cuando ganamos. La derrota, la decepción, los desamores suelen marcar la cotidianeidad del ser, por eso, cuando sucede esta magia, el mundo se equilibra. Como si la alegría de aquellos que han hecho méritos para tenerla se contagiara a los menos dichosos. A los que no contaron con el guiño de la providencia. Messi campeón del mundo es también una muestra de que el talento, el temperamento y la constancia puede tener premio. Y que esto no es una frase vacía de un libro de autoayuda. Es una realidad efectiva.
Si el capitán fue el mejor futbolista del certamen y ya debe ser considerado sin objeción alguna como el más grande de su época (y quizás de las épocas que vendrán), también ha quedado muy claro que el campeón fue el seleccionado que mejores virtudes mostró a lo largo de toda la Copa. El más parejo. El que mejor supo cuándo jugar y cuándo luchar. El que se adaptó con carácter y jerarquía a cada circunstancia. El que tuvo la mezcla justa de calidad individual con funcionamiento colectivo. El que se recuperó del mal comienzo con fútbol y garra. Argentina fue el mejor y el campeón, dos atributos que no siempre van juntos.
Hace un mes, la Selección Argentina le dio algo de equilibrio a un mundo turbulento. Le puso belleza y arte a una realidad agobiante. Le puso justicia a un tiempo injusto.
Hoy, hace exactamente un mes, la casa está en orden.